Rod Serling, el creador de La dimensión desconocida, dijo: “La fantasía es lo imposible hecho probable. La ciencia-ficción es lo improbable hecho fantasía.” Una gran verdad que Lucas siempre tuvo clara. Es en el mundo de la fantasía, y no ciencia-ficción, donde se mueve el universo de George Lucas. Un mundo que se nos ha presentado con una factura clásica, empezando por la banda sonora y acabando por la realización, dentro de la cual nos quería explicar una historia de buenos y malos –y, vista la operación de compra, muy afín al universo Disney clásico, todo se tiene que decir–. Nos puso delante un universo para divertirnos con la factura de un gran producto de evasión. Nunca pretendió ser nada más.
Un referente en la cultura popular
El hecho que se convirtiera en un icono del siglo XX y ahora del XXI fue una consecuencia, no fue la finalidad inicial, esto hace falta no perderlo de vista; nada hacía prever el éxito y la gestión que se vería obligado a hacer Lucas. Nos regaló, ya como productor, El Imperio contraataca, e inició la decadencia, en parte, de la saga con El retorno del Jedi, donde ya se intuyen todos y cada uno de los errores que van a comentarse sobre la primera trilogía, aquella que se empecinó a escribir y dirigir.
En casi cuarenta años han pasado muchas cosas. Lucas se ha jubilado, ha sido su decisión, nada a decir. Y, en este proceso, vendió a su hijo, la marca Star Wars, a la Disney. Con el estreno del despertar de la fuerza, y ahora con Rogue One, nos hace la sensación que Disney ha hecho suyas aquellas palabras de Calvin: “Tenemos un mundo, ¡explorémoslo!” Pero antes tiene que pagar peajes y rehacer una saga que, si bien en el universo expandido –cómicos, novelas, videojuegos o series de televisión– está muy muy ligada –y este es un mérito de Lucas, curiosamente–, no le pasa el mismo con la cinematográfica, también afectada, además, por las alteraciones, no todas, de la versión remasterizada.